jueves, 20 de octubre de 2011

Leído: Manolito Gafotas de Elvira Lindo

Núnca he sido ni el petit Nicolás, ni de Guillermo el travieso, ni de ningún niño extranjero que te explica unas historias fantásticas alejadas de la infancia española. Soy de Manolito Gafotas. Me encanta. Siempre que leo sus historias me "parto de la risa" y son las mejores historias "del mundo mundial" y acabo diciendo cosas como "corta el rollo, repollo".
Y ahora he empezado a leerselas a mi speedy, que se parte de risa, aunque haya cosas que no acabe de entender, pero lo básico, que Manolito vive con sus padres, con su abuelo, con su hermano en un barrio normal, en un cole normal, que coge el metro, que vee la tele y que come chucherias lo entiende.

Hay veces que crear un personaje cuesta mucho trabajo; uno ha de darle una edad, una ciudad, unos deseos, una historia que habitar; hay ocasiones, en cambio, en las que parece que el personaje existiera antes de que uno se decidiera a dibujarlo. Esa es mi relación con Manolito. Parece que hubiera estado esperando en un banco del parque del Ahorcado a que alguien llegara para pillarle por banda y contarle su vida, la de sus amigos, la de su vecina la Luisa. Yo le escucho desde hace mucho tiempo, con esa voz que yo inventé para él en la radio, cuando nació como personaje hace ya unos años. Ha crecido de tal forma su personalidad que cuando oigo alguna grabación antigua no tengo la impresión de ser yo interpretando a un niño, sino de estar escuchando a un chaval de carne y hueso. Y esa voz de Manolito me acompañó a la hora de escribir sus aventuras.

A veces me parecía como si él me fuera dictando. Nada hay de premeditado en las correrías de Manolito por su barrio, yo soy la primera sorprendida: por ejemplo, no puedo hacer nada por evitar que se junte con Yihad, el chulito del colegio, me gustaría decirle que no jugara con él porque siempre sale perdiendo o que le plantara cara de una vez por todas; pero lo que Manolito siente por ese pequeño macarra es miedo y admiración; tampoco puedo evitar que llame a su hermanito el Imbécil, además, con el tiempo, ese mote se está convirtiendo en un apelativo cariñoso; me gustaría avisarle antes de que se la cargue con su madre, pero no tengo que meterme en su vida, ni darle lecciones morales, ni avisarle de lo que está bien dicho o mal dicho, que lo haga su sita Asunción. Yo sólo puedo asistir, sin opinar, a su conocimiento del mundo. Siguiendo sus pasos, escribiendo Manolito Gafotas, me he reído muchas veces –seguro que Manolito se mosquearía si lo supiera, los niños tienen mucho sentido del ridículo– porque este niño tiene una mezcla de ingenuidad, lenguaje técnico traído por los pelos y sabiduría, que a mí me hace mucha gracia. Querría que los chavales que leen este libro se sintieran identificados con mi héroe, un héroe sin poderes sobrenaturales, un héroe que no es ni el más listo, ni el más fuerte, que no es un líder. Lo que sí tiene es conversación, sentido del humor y ganas de conocer su inmenso mundo, un barrio llamado Carabanchel. Creo que es lo que uno desea en un compañero de viaje, también estoy segura de otra cosa, decía antes que Manolito existía antes de existir en este libro, que estaba esperando a que alguien fuera a descubrirle: ese descubrimiento sólo podía hacerlo yo porque Manolito se parece mucho a alguien que yo fui hace algunos años y que sigo siendo hoy a ratos cuando me deja.
De la web: http://www.manolitogafotas.es/manolito-gafotas/

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