Mi organismo en obras es una mirada nostálgica a la vez que irónica de ese tránsito solitario y complejo que es la adolescencia. Mis problemas con los tebeos, Jesusito de mi vida, Chapuzas a domicilio, El estirón, Cinco contra uno y El cuarto de Arlés, componen un fresco por el que desfilan el coleccionismo de cómics en las postrimerías de la infancia, la revista Micromanía, los tomos de Súper humor, las clases de religión, los crucifijos colgados en las paredes de las aulas, las abuelas beatas con sus invocaciones a Santa Bárbara, los meses de julio repartidos entre el trabajo de albañil y las clases de recuperación de matemáticas, las grabaciones en cintas vírgenes de música directamente de la radio, las tardes en la piscina con el radio casete a todo volumen, la ingesta obligatoria de Calcio 20, la tristeza arbitraria y recurrente, los complejos, los vídeo-clubs, la masturbación compulsiva, la primera película porno… y la añoranza tierna y hasta un cierto punto aliviada por todo un tiempo pasado, por los seres queridos que dejamos atrás y por la persona que una vez fuimos y que hemos dejado de ser.
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