Mis días en la librería Morisaki es una novela breve, pausada y reconfortante que explora cómo los libros tienen el poder de curar heridas, acercar personas y rescatar pequeñas parcelas de esperanza en medio del desencanto.
La historia se ubica en Jinbōchō, el barrio de Tokio famoso por sus librerías y editoriales. Es un lugar que respira literatura, escaparates repletos, calles de librerías de segunda mano, rincones donde el tiempo parece detenerse o al menos suavizarse. Allí está la librería familiar Morisaki, con su estructura pequeña, acogedora, un modesto espacio de madera con almacén en el piso superior, legado de generaciones.
La protagonista es Takako, de veinticinco años, cuya vida ha quedado desdibujada tras una traición amorosa: descubre que el hombre que amaba está casándose con otra mujer y que ella apenas conocía su verdadera relación. Dolida, renuncia al trabajo, se recluye, apaga su día a día. Es en ese momento cuando su tío Satoru, dueño de la librería Morisaki, le tiende una mano: la invita a trasladarse a vivir encima de la librería, a encargarse un poco de allí, como un refugio y un punto de reencuentro consigo misma.
Ese espacio íntimo entre libros, clientes curiosos, silencios cargados y lecturas inesperadas se convierte en el escenario de reconstrucción de Takako. Poco a poco empieza a involucrarse en la librería, a escuchar historias de los libros y de quienes la frecuentan. Empieza también a reparar la relación con su familia, descubrir la historia personal de su tío, sus propias fragilidades, y entender que vivir implica asumir pérdidas, aceptar los silencios, volver a confiar.
El estilo de Yagisawa es delicado, sin estridencias. No hay giros espectaculares, sino momentos cotidianos: una conversación con un cliente, una tarde leyendo, la curiosidad por un autor desconocido. Todo eso se construye de forma que el lector siente el peso de la melancolía, pero también la belleza de los detalles: cómo Takako va encontrando consuelo en los libros, en la rutina, en los gestos humildes.
Uno de los puntos más logrados es la ambientación: Jinbōchō se convierte en un personaje más, un refugio literario donde el ruido exterior (emocional, social) contrasta con el silencio tibio del lector, los estantes, la madera, el aroma de los libros. Esa atmósfera invita a la calma, al recogimiento, al brillo suave de pequeñas epifanías.
No obstante, la novela tiene también limitaciones. Algunos personajes quedan esbozados, ciertos aspectos de la trama podrían haberse explorado más: la relación con la expareja de Takako, por ejemplo, o ciertas motivaciones interiores del tío Satoru. Para algunos lectores quizá resulte predecible o demasiado “suave” en su recorrido emocional.
En su conjunto, Mis días en la librería Morisaki es una obra que no busca impresionar con grandes revelaciones, sino acompañar. Es ideal para quien disfruta de la literatura contemplativa, de las historias sanadoras, de las tramas que crecen en la lentitud. Un libro que reconforta, que invita a detenerse y mirar lo que hay alrededor, y que deja una sensación de paz al cerrar sus páginas.
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