Abandonner un chat : souvenirs de mon père es un texto breve, íntimo, reflexivo, en el que Haruki Murakami se aproxima a la figura de su padre a través de fragmentos de memoria, paisajes emocionales y momentos aparentemente cotidianos que cobran una carga simbólica. No es una biografía exhaustiva, sino más bien un mapa de huellas que configuran una relación padre-hijo marcada por el silencio, los malentendidos y las cicatrices de la historia.
El libro arranca con un recuerdo que es casi un acertijo emocional: cuando Murakami tenía unos cinco o seis años, él y su padre salen en bicicleta hacia la playa con la idea de abandonar un gato. Más tarde, al volver a casa, descubren que el gato había regresado. Murakami no recuerda la razón por la que iban a abandonarlo; recuerda muy vívidamente, en cambio, la expresión de sorpresa, admiración y alivio en el rostro de su padre al verlo de nuevo. Esa escena, aparentemente simple e inexplicada, pone en marcha todo un movimiento interior: la necesidad de entender quién fue ese hombre que lo engendró, lo educó y también lo esquivó en ciertos ámbitos; un hombre cuyas aspiraciones fueron alteradas por las guerras, por lo que tuvo que renunciar, por lo que sufrió y mantuvo en silencio.
A partir de ahí, el autor trabaja en reconstruir algo más que recuerdos: rastrea la historia personal de su padre, los ecos de los conflictos bélicos en Japón del siglo XX, las pérdidas, los sueños truncados, los gustos artísticos que quedaron como vestigios: por ejemplo su afición por los haikus, que cultivó hasta el final. También emerge esa tensión entre lo que el padre esperaba, lo que Murakami llegó a ser, y lo que quedó fuera de ese entendimiento mutuo.
El estilo de Murakami en este texto es particularmente marcado por la contención y la delicadeza. No hay exhibición de grandes revelaciones, sino una acumulación de pequeños indicios, de silencios, de instantes.
Uno de los aspectos más poderosos de este libro resides en cómo logra conectar lo íntimo con lo colectivo: la historia de un padre marcado por la guerra, por la pérdida de posibilidades, por generaciones afectadas, pero al mismo tiempo un padre concreto, con defectos, sueños propios, silencios, que ama, que escribe haikus, que es humano en su fragilidad. Y Murakami, al reconstruir esa figura, también se reconstruye a sí mismo: cuestiona lo que heredó, lo que no supo, lo que no pudo compartir.
El texto, aunque breve (menos de cien páginas), deja tras de sí una resonancia duradera. Porque al lector le quedan preguntas: ¿hasta qué punto conocemos a aquellos de quienes provenimos? ¿Qué peso tienen los silencios y las ausencias? ¿Cómo las heridas colectivas afectan lo personal? Murakami no pretende contestarlo todo, sino ofrecer su testimonio, su búsqueda, y dejar espacio para que cada lector ponga los suyos.
En resumen, Abandonner un chat es un volumen de memoria suave, lleno de ternura y ambigüedad, que reclama una reflexión pausada sobre la paternidad, el deber de recordar, la identidad y el modo en que las historias propias están entrelazadas con la historia más grande. Aunque pequeño en extensión, resulta grande en emoción.
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