Una mujer sin nombre, atrapada en la rutina de su vida doméstica, se despierta una noche para descubrir que ya no puede dormir. Ni una hora, ni un minuto: simplemente el sueño ha desaparecido. Al principio no hay angustia, sólo una calma extraña. Sin el cansancio que debería arrastrarla, las horas nocturnas se vuelven infinitas y luminosas. Así comienza Sueño, un relato breve en el que Haruki Murakami transforma la vigilia en un estado casi sobrenatural.
Cada noche la protagonista se sienta en su sala de estar, mientras su marido y su hijo duermen, y devora libros, en especial Anna Karénina, como si quisiera recuperar una vida interior perdida. La casa, tan familiar de día, se vuelve un escenario inquietante, lleno de sombras y de silencios. La falta de sueño, lejos de debilitarla, la hace sentirse más viva, más nítida, más dueña de sí misma; pero también más consciente de la distancia con el mundo que la rodea.
La narración de Murakami fluye con su estilo característico: frases simples y limpias que esconden un trasfondo inquietante. En lugar de explicar, sugiere. En lugar de mostrar monstruos, muestra grietas. El lector asiste al surgimiento de una lucidez peligrosa, a un desajuste entre lo cotidiano y lo imposible, como si la protagonista estuviera cruzando un umbral del que no se puede regresar.
Las ilustraciones de Kat Menschik, con su trazo delicado y colores intensos, acompañan esta sensación. Son imágenes que parecen salidas de un sueño, o de una pesadilla, y funcionan como ventanas al estado mental de la mujer. Cada dibujo interrumpe la lectura para invitar a mirar de nuevo, para captar lo que las palabras sólo insinúan.
En la traducción de Lourdes Porta se mantiene la cadencia hipnótica de Murakami: frases cortas, ritmo pausado, ambigüedad calculada. El resultado es un texto que se lee rápido pero permanece largo tiempo en la mente, como un eco.
Más allá de su argumento, Sueño es una metáfora sobre la alienación y el deseo de despertar de una vida mecánica. La protagonista, al perder el sueño, gana un espejo brutal donde se refleja su propia existencia. Y en ese espejo descubre algo que quizá preferiría no haber visto.
En sus 80 páginas, Sueño se lee como un relato largo o una novela corta, pero sobre todo como una experiencia. No tiene respuestas claras, sólo la certeza de que hay un límite delgado entre la normalidad y lo insólito, y que cruzarlo puede ser liberador y aterrador a la vez.
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