La novela abre con una premisa que parece, al principio, casi mundana: un escritor, atraído por lo extraño, recibe la consulta de un conocido que ha encontrado una casa en Tokio cuyos planos guardan una anomalía inquietante: un espacio oculto, “muerto”, entre los muros, una trampilla que no parece conducir a nada o cuyo propósito no se entiende.
De entrada, la casa brilla por su luminosidad y aparente perfección, pero al examinarla más allá de la fachada, surge la sospecha de que “algo” ha sido diseñado para que en ella sucedan cosas que escapan al control.
Desde ese punto de partida, Uketsu nos introduce en un ambiente de extrañeza estructural: pasillos que no llevan exactamente donde se espera, habitaciones con proporciones inusuales, planos “mal ajustados”, trampillas, huecos entre tabiques. Esa arquitectura extraña se convierte en metáfora (y a la vez en vehículo) del horror: lo que creíamos seguro, lo que llamamos hogar, se transforma en terreno movedizo, en espacio manipulable. La narración no insiste en fantasmas o monstruos clásicos; lo siniestro se aloja en lo doméstico, en lo reconocible que se tuerce. Como apunta la crítica, es “literatura del disloque, arquitectura del miedo, relato esquemático que funciona como espejo negro del lugar que llamamos hogar”.
La voz narrativa mantiene un tono más bien sobrio, meticuloso, casi clínico: el análisis del plano, el cotejo de medidas, la comparación entre lo visible y lo oculto. Parece que el autor invita al lector no sólo a observar lo macabro, sino a participar como detective, al milímetro, en ese descubrimiento de la anomalía. De hecho, algunos lectores han dicho que la lectura se siente casi “interactiva” o “detectivesca”.
En cuanto al ritmo: la novela es relativamente breve, lo que favorece una lectura ágil. Sin embargo, no todo es velocidad: el suspense está dosificado, y los giros llegan casi al final, cuando se comienza a desvelar que quizá no es una sola casa la que alberga secreto, quizá hay muchas más. Se instala la idea de que la anomalía no es casual, sino sistémica, y que la vivienda podría estar diseñada para «que en ella se cometan crímenes impunemente».
Desde la parte temática, el libro explora cuestiones interesantes: la vulnerabilidad del espacio doméstico, la forma en que la arquitectura puede mediar —o facilitar— el mal, cómo lo oculto no está necesariamente fuera de la casa, sino dentro de sus muros, en los intersticios. También plantea un juego con la mirada del lector: ¿qué tan seguros estamos en lo que consideramos “normal”? Y especialmente: ¿qué sucede cuando la normalidad se diseña para engañar? Esa tensión entre lo cotidiano y lo aberrante es uno de los grandes logros del libro.
En resumen: Strange Houses = Casas extrañas es una novela que mezcla misterio, terror arquitectónico y análisis obsesivo de planos. Su fuerza reside en hacer que lo cotidiano se convierta en inquietante, que el hogar se sienta inseguro.
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