Lo que más echaba de menos eran las trenzas. Él siempre le
hacia un par de trenzas por las noches como preludio de la noche. Cuando se
conocieron llevaba el pelo muy corto, y él le insistió hasta que tuvo una larga
melena hasta la cintura. Aunque tenían un dormitorio muy pequeño, el consiguió poner
una tocador de los de antaño con su espejo, con su taburete, con su cepillo
para el pelo, como en alguna de aquellas películas antiguas. Y cada noche le
cepillaba la larga melena durante un rato eterno en el que hablaban de lo que
había acontecido durante el día y luego le hacía unas trenzas perfectas, largas
y que duraban toda la noche. Por la mañana el problema era de ella para deshacerlas
y que le quedase una larga melena ondulada. Cuando él falto, fue lo primero y
más importante que echo de menos.
Muy interesante, muy interesante. Ya lo he visto y lo viviré.
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