Ese verano a oscuras es una novela breve pero intensa, en la que Mariana Enríquez vuelve a demostrar su maestría en la narración oscura y atmosférica. Ambientada en Buenos Aires durante el invierno de 1989 —un período de inestabilidad política, cortes de luz y miedo urbano—, la obra nos sumerge en un verano diferente: sombrío, eléctrico, cargado de presagios y secretos.
La historia se centra en un grupo de niños y adolescentes que, en medio del caos de los apagones y el ambiente lúgubre, descubren una casa abandonada y, con ella, una serie de misterios relacionados con desapariciones, crímenes y presencias inquietantes. Como es típico en la narrativa de Enríquez, la infancia se mezcla con el horror, la marginalidad y la violencia social de una forma sutil pero profundamente perturbadora.
Las ilustraciones de Helia Toledo acompañan el texto con una estética sombría que potencia el ambiente de la narración. Sus dibujos en blanco y negro subrayan los matices del terror cotidiano y la magia oscura que impregna la historia.
Aunque breve, esta obra es rica en detalles sensoriales, referencias culturales y un tono que evoca tanto el realismo sucio como el gótico rioplatense. Es también un homenaje a la amistad juvenil, al descubrimiento del mal y a las primeras intuiciones sobre lo inexplicable.
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Un calor que no da tregua. Una noche cuya oscuridad se alarga. La adolescencia y su rebeldía y las primeras experiencias. «No había mucho más que hacer ese verano», leemos. A partir de ahí, una enorme historia que se abre a tantas posibilidades como lecturas: crisis y memoria de una dictadura, incógnitas e inquietudes, desencanto y búsqueda. Personajes que se ahogan y dudan. Asesinos en serie, lo siniestro y la enfermedad. Música y consecuencias.