Cuando Leila muere, deja a su hija Charo una serie de cajas repletas de diarios, fotografías, cintas de vídeo y una carta con instrucciones precisas. En ese momento comienza un viaje íntimo y revelador: la reconstrucción de su madre desde múltiples voces, perspectivas y recuerdos fragmentarios. Charo se sumerge en ese legado y descubre una mujer profundamente literaria, apasionada y también, con secretos silenciados que cargó en soledad
La novela está estructurada como una casa: cinco partes («Cimientos», «Andamiajes», «Exteriores», «Interiores» y «Escombros y reconstrucción»), cada una con su atmósfera, su ritmo y su tensión afectiva. Es en ese “castellito” o “sandcastle” donde cohabitan vecinos, familiares y confidencias, un lugar donde las paredes son tan delgadas que se oye todo lo que ocurre al otro lado
Al avanzar, Charo va tejiendo una imagen múltiple de Leila y del entorno que la marcó. Se revelan crisis emocionales, infidelidades sordas, amistades complejas (como la tormentosa relación de Leila con su amiga Gloria) y rispideces generacionales, especialmente con Granny, la abuela inglesa de lengua afilada y carácter implacable. Todo ello contado con un humor sutil, un suspense que se construye sin estridencias y una prosa que sabe ser próxima y reflexiva al mismo tiempo.
En esencia, la novela es un rompecabezas de memorias, un entramado de relatos que, juntos, revelan “lo no dicho”, aquello que late bajo la superficie de los vínculos familiares y vecinales. Cada testimonio, sea escrito o desplegado en vídeo, aporta una pieza del retrato colectivo y emocional, desde la mirada de Charo, de su padre, de los hermanos, vecinos y amigos cercana a Leila
Uno de los mayores encantos del libro es su carácter coral: Sández maneja con destreza un elenco de personajes que resultan tan diversos como reconocibles. Además, lo hace con estilo y con vueltas literarias que recuerdan a autores como George Perec o Jonathan Coe: observación minuciosa, ironía sutil y brillantez narrativa.
Desde la crítica se ha elogiado esta prosa que se despliega como una “ventana indiscreta en cinemascope” sobre la vida cotidiana, esos vínculos que se van dañando o redimiendo, nutridos por la fuerza de las decisiones —incluso las que quedan sin decirse— que atraviesan a la familia Almeida y su hogar común.
La impresión general entre lectores es unánime: humor fino, intensidad emocional y una mirada aguda sobre lo humano.
En resumen, uUna novela que explora la memoria familiar desde lo fragmentario y lo coral.
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