viernes, 4 de abril de 2014

Leído: Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina de Liudmila Petrushévskaia


Hacía tiempo que lo tenía en mi interminable lista de libros para leer, y el otro día en una biblioteca diferente a la habitual, ví que lo tenían, y me lo llevé. Un descubrimiento, un total descubrimiento, la escritura de esta cuentista rusa. He de reconocer que me gustan mucho los autores rusos (cuando escriben cuentos), ya que tienen una capacidad de síntesis y de reflejar una realidad mágica muy interesante. La obra dividada en diferentes partes discurre en un mundo mágico, donde se conjuga la rutinaria vida diaria bajo el regimen comunista y la fantasia total, aderezada con las antiguas historias rusas. Los cuentos que más me han gustado son los de la muerte, ya que tienen un punto onírico muy importante. En cuanto al cuento que da título a la obra comentar que está muy bien, y es muy indicativo de la dura vida de las mujers bajo el régimen comunista. Una autora de la que leeré mucho más libros.

Fiel a la rica tradición oral de su país, Liudmilla Petrushévskaia cautiva la imaginación con estos relatos directos, tan cercanos al espíritu mísitico y pesadillesco de Poe como a la sobria exactitud realista de Chéjov. Cada cuento transmite el peso de la vida y, al mismo tiempo, el roce vertiginoso de lo extraño. Pero lo insólito siempre acaece a gente corriente: un coronel que acaba de perder a su esposa y habla con ella en sueños; una mujer que odia a su vecina y vive con ella y su niño en un mezquino apartamento de dos habitaciones; un joven que anuncia a una familia la horrible noticia de que una epidemia se ha extendido por toda la ciudad. A veces los personajes se identifican con lo puramente fantástico: una gorda inmensa, que necesita tres sillas y dos camas para descansar, se convierte cada noche en dos deliciosas bailarinas que danzan por la casa; o una muchacha que ha perdido la memoria y se encuentra en un lugar desconocido y que es recogida por un camionero monstruoso y un siniestro encapuchado Canciones, alegorías, réquiems o cuentos de hadas, los denomina su autora. En cualquier caso, todos estos relatos, como dice Jorge F. Hernández en su prólogo, transpiran una rara adrenalina.

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