Hay novelas que comienzan con un silencio, con una herida, y El camino del perdón pertenece a esa clase. Desde las primeras páginas, David Baldacci nos conduce hasta el corazón del Gran Cañón, un paisaje que impone respeto, belleza y peligro, donde la agente del FBI Atlee Pine cumple su trabajo en soledad. Pero en realidad, lo que vigila desde ese abismo no son solo los delitos que ocurren en su territorio: vigila, sobre todo, su propio pasado.
A los seis años, Atlee perdió a su hermana gemela, secuestrada una noche sin dejar rastro. Esa ausencia ha marcado cada decisión de su vida. Convertida en una mujer fuerte, metódica, poco dada a confiar, Pine lleva sobre sus hombros el peso de una culpa antigua. Y Baldacci, fiel a su estilo, entrelaza el trauma personal con un misterio de dimensiones crecientes: la aparición de una mula muerta con unas iniciales grabadas en el lomo, un jinete desaparecido y una serie de órdenes contradictorias desde Washington.
Lo que empieza como un caso local se transforma pronto en una investigación peligrosa que pone a prueba su integridad y su sentido de la justicia. A medida que avanza la trama, el lector siente la tensión de los silencios, el eco de los pasos en el desierto, el vértigo de una mujer que no solo busca respuestas, sino redención.
Baldacci domina el ritmo: alterna momentos de acción con pausas reflexivas donde el paisaje se convierte en espejo del alma. El Gran Cañón refleja el abismo interior de la protagonista.
Quizá el desenlace llegue algo deprisa, como si el autor, tras tensar demasiado la cuerda, se viera obligado a soltarla de golpe. Pero incluso con ese cierre rápido, el viaje de Atlee Pine deja huella. Porque más allá del misterio y las conspiraciones, El camino del perdón habla de la posibilidad de reconciliarse con uno mismo.
Es una historia de pérdida y resistencia, de heridas que no se cierran del todo, pero que empujan a seguir adelante. Y Baldacci, veterano del thriller contemporáneo, sabe envolver ese mensaje en una narración que se lee con el pulso acelerado y la empatía alerta.
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